domingo, 20 de diciembre de 2009

Para extraer un sueño

Para extraer un sueño de la niebla
del olvido
es necesario responder
el siguiente cuestionario:
¿Se trata de un sueño con sol?
¿Es un sueño de suspenso?
¿En el sueño hay conocidos
o gente que nunca antes vio?
¿Hay alguien querido
pero con otra cara?
¿Arriba es arriba y abajo es abajo?
¿Es un sueño en colores
o en blanco y negro?
¿Hay palabras en el sueño?
¿Hay sonidos? ¿Hay formas?
¿Es un sueño tan profundo que no tiene fin?
¿O tan extenso como un desierto interminable?
¿En el sueño hay agua o hay sed?
¿Recorre el cielo volando o apenas
si puede mover las piernas para dar un paso?
¿Hay gritos, hay música, hay miradas?
¿Aparece algún animal?
¿Las arañas son amigables o detestables en el sueño?
¿Las paredes —si hay paredes— están enteras
o con huecos descascarados
o con muchas ventanas?
¿Los árboles tienen flores, tienen hojas, tienen ramas?
Una vez contestado,
depositar el cuestionario en ventanilla dos,
y esperar a que lo llamen por su apellido.
 

viernes, 20 de noviembre de 2009

Sal

Me encontré ayer con mi abuela y mi tío que venían caminando de ver al médico de mi abuela.
—¿Cómo les fue?
—Bien... mal —se corrigió enseguida mi abuela.
—¿Por qué?
—Le sacaron la sal. El médico dice ahora que los pies hinchados son por la sal —me explica mi tío y sigue—: así que nada de pan con sal...
(Mi abuela come pan en cantidades delirantes, le encanta, otro día hablaré de esto.)
—¿Para tanto?
—No, bueno, para tanto no —aclara mi tío, que se pone fastidioso cuando no lo dejo exagerar todo lo que le gusta.
Y mi abuela retoma:
—Es que ¿sabés? —me agarra de un brazo, y me dice como en un secreto—: No me importa que me saquen toda la sal de todos lados, pero el jamón crudo... ¡Que me dejen el jamón crudo! Eso me tiene mal.

lunes, 19 de octubre de 2009

El acento de la abuela

Mi abuela y mi tío salen al pasillo del edificio, a ver si desde ahí, desde un ventanuco, pueden ver el nido de palomas que se instaló sobre la salida del calefón. Están preocupados por que les bloquee algo, y no saben cómo espantarlas.
—Hay como quince pájaros —dice mi tío.
—Es que pusieron un nido y ya nacieron todos, deben ser como quince —aclara mi abuela.
—Estos pájaros de miércoles —masculla mi tío.
—No son pájaros —dice la abuela.
—No, ya sé, torcazas.
—No, son pajaros.
Así, con acentuación grave lo dice. Y se entra a reír.

***
Esto viene de una conversación anterior, hace unos meses:
—Ayer se acabó el dulce de frutillas, hoy abrimos este de arandanos —dice mi abue, con acentuación grave también.
—Arándanos —corrige mi tío, recalcando la "esdrujilidad" de la palabra.
—¿Y yo que dije?
—Arandános.
—Es que así son más ricos.
Y sigue preparando las tostadas, como si nada.

sábado, 10 de octubre de 2009

Paisaje de agua

Nadar por el fondo de una enorme, gigantesca pileta de/en sueños.
Nadar con mucha calma.
Ver lo que hay en lo profundo.
Pasear por debajo del agua.
No como si uno no tuviera que salir a respirar,
si no como si uno tuviera los pulmones limpios y entrenados de un joven y puede volver a la superficie
sin apuro
cuando necesita aire.

¿Y qué hay en el fondo de esa pileta de/en sueño?
Restos de otros sueños.

Aplausos

Hace algunos meses fuimos con la abuela a hacer un tour por "Buenos Aires Celta". Como ella es gallega y el recorrido terminaba en el Museo de la Inmigración Gallega, me pareció que podía gustarle. Lo disfrutamos mucho. La despedida del evento era con un recital de gaita, a cargo del mismo guía. Como iba a durar un ratito y era de parados, pedí una silla para la abuela, y el guía trajo una demorando un poco el comienzo del show, entonces aclaró: "Es para la señora que tiene 95 años". (De más está decir que mi amiga A. y yo bajábamos el promedio de edad considerablemente. Todas eran señoras -y unos pocos señores- más bien mayorcitos.) Y de inmediato empezaron a aplaudir a la abuela. Yo, como una tonta, me emocioné un poco y, al mismo tiempo, mi diablito racional sentado en el hombro derecho decía: "no es un mérito la edad, ¿para qué aplauden? Esto es como cuando te felicitan porque nació un sobrino, uno no tuvo ni voz ni voto en el asunto". Mi abuela, algo a regañadientes, se sentó. Sin embargo, durante todo el concierto no dejó de mover el piecito al ritmo de la música, bailando sentada.

Estos días, mi amiga J. me contó que su abuela murió a los 103 años. Y dijo también que su abuela era todo un personaje, que "no cualquiera llega a esa edad". Y entonces entendí que tenían razón con el aplauso. Hay maneras de llevar los años, por supuesto, y para llevarlos tan lejos y tan bien hay que ser muy especial. Así que va mi aplauso reprimido de hace unos meses para mi abue, y va un aplauso de despedida, enorme y con honores, para la abuela de J.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Consejo de seguridad

Esta mañana estrené el saco que mi abuela y mi tío me regalaron para mi cumpleaños. Cuando fui a su casa a desayunar me dijeron que me quedaba muy bien, que qué lindo que era, lástima que no tenía un collar haciendo juego (ese fue mi tío) y ahí nomás empezaron a pensar si me podían prestar algo de la abuela (no sé si lo dije acá antes, pero mi abuela es muy coqueta). Que había un collar rosa, nogracias, que tal vez un prendedor, nonohacefaltagracias, que está el pinche ese que le regalaste hace un tiempo a la abuela, de hueso y de alpaca, o plata, no sé.
—Es peligroso —dijo mi abuela.
—Sí —explicó mi tío—, ella no lo usa porque el pincho es así de largo, y grueso además.
—Ella se acuerda —le aclara la abuela—, si ella me lo regaló.
—Te regalé un arma —intervine.
—Un arma, sí. Lo podés llevar y cualquier cosa: "te pincho con esto" —y hace un gesto de ataque.
Se queda por un momento y después agrega:
—No, cualquier cosa, no decís nada. Pinchás y listo. Sin avisar.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Caperucita

El otro día salía, como casi todos los días, apurada a la mañana temprano, con un ratito para pasar por lo de mi abuela.
Una vecina ya estaba en el pasillo.
—¿Te espero?
—Sí, gracias.
Me apuro para alcanzarla y una vez en el ascensor me dice:
—Creí que ibas a tirar la basura.
—Ah, ¿esto? No. Es una bolsa con pan y facturas que le llevo a mi abuelita.
Y ahí me sonó todo muy parecido al cuento. Hacía frío y, como si fuera poco, yo estaba con mi capita de polar con capucha. Decí que es violeta, y no roja. Pero casi. ¿A qué bosque me enfrentaría hoy?
El camino no fue fácil de atravesar. No hubo lobos, pero sí varias pruebas.
En la primera esquina casi me atropella un camión. Es que a esa hora el sol viene de frente y no se ve bien. Corrí y llegué intacta a la otra vereda. Una vez ahí tuve que sortear varios tesoros de perros, y en mi concentración por hacerlo, fui a dar a una baldosa floja que salpicó efusivamente para todos lados. Incluidos mis propios pantalones y los de un señor que tuvo la tremenda suerte de pasar por ahí. Pedí disculpas con una sonrisa y maldije en mi interior a las vecinas que baldean tan temprano.
Por suerte es cerca lo de mi abue. Subí temiendo que el ascensor se quedara por la mitad o algo así, para un día que empezaba brillante. Pero nada más pasó. Adentro estaba mi abuela, y sus manos eran del tamaño normal, lo mismo sus orejas y sus dientes. Me fijé bien, no vayan a creer.
Al verme entrar me saludó con un:
—¡Hola, Caperucita!

Al otro día, me puse un saco.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Ojos de pájaro

Ser el pájaro.
No una persona que vuela.
Pájaro en esencia.
Plumas y pico,
pájaro de ciudad,
parado en un cable.
Sentir una pluma torcida
en el cuello
y acomodarla con el pico.
Sentir la presión de las garras
sobre el cable.
Sentir el pico,
pensar una palabra y
graznar.
Sentir la fuerza en las alas.
Volar como pájaro.
Ver todo nubes por un instante.

Podría volar lejos, lejos
hacia otro lado.
Pero a pesar de todo,
pico plumas alas garras,
algo de mi vieja condición
de mujer
me lo impide.
Y me quedo toda la mañana
esperando verte
cerca de tu ventana.

domingo, 30 de agosto de 2009

Sueño que cuento

Leí en un libro con consejos para escritores nóveles que estaba bueno buscar inspiración en los sueños. No contar los sueños, que eso es muy aburrido y en general solo tiene sentido y gracia para el que los soñó. Según la autora de este libro de consejos, uno debía irse a dormir pensando que uno quiere escribir un cuento, mantenerse receptivo a la generación de ideas, y de esa forma, las ideas llegarían a uno mientras duerme, o en la duermevela. Hablaba justamente de la duermevela como un momento y espacio (no sé si llamarlo momento o espacio) ideal para explorar ideas, descubrir personajes, tramas, frases. Y yo lo creo. De hecho me ha pasado muchas veces. No que escribí cuentos con eso, pero sí que en ese momento y/o espacio encontré soluciones, nuevas ideas, desafíos, desentrañé terrores...
Entonces, como estoy dispuesta a aprender a escribir, me propuse seguir ese consejo. Y me fui a dormir pensando que quería encontrar una idea para un cuento. Y la cosa resultó un tanto extraña. ¿Vieron cuando en los sueños uno sabe ciertas cosas aunque no estén dichas, por ejemplo, que estaba en la casa de Fulanito. "No era la casa de Fulanito tal como es en la realidad, pero yo sabía que esa era la casa de Fulanito." Y así. Bueno, resulta que yo era conciente de que estaba frente a la idea de un cuento, había una trama: una máquina que no funcionaba, y yo tenía que encontrar una parte que faltaba de esa máquina, que estaba en algún otro lado en manos de no sé quién, y eso había que descubrirlo, y el descubrimiento era original, tenía una "vuelta de tuerca". Me acuerdo los detalles, incluso el nombre de esa cosa que tenía que encontrar. Y yo asistía al sueño maravillada, porque sería un cuento muy interesante y original, pensaba... ¡Y sin embargo resultó no tener ningún sentido ni ninguna lógica en cuánto me desperté! Una vez despierta, no logré encontrar ninguna coherencia narrativa en el funcionamiento de esa máquina, ninguna trama posible con la búsqueda de la solución, ni, mucho menos, interés literario en esa historia.
Otra vez será. Sabrán disculpar, me voy a dormir.

Desayuno con la abuela

Casi todos los días desayuno en lo de mi abuela. Ya hablé de ella antes, en varias ocasiones. Ya tiene 95 y como mi tío que vive con ella está jubilado también, suelo ir yo a su casa siempre que puedo, antes de ir a trabajar. Me esperan con el té y las tostadas con queso y dulce. Muchas veces también me dan la vianda para almorzar. (Sí, ya sé, me malcrían un poco.) Y la charla suele ser lo más rico de todo.
Esta fue de un día de esta semana:
—Abue, el kiwi que me diste ayer estaba horrible. (Conste que lo dije porque me quería dar otro, no de mal agradecida.)
—¿Y qué me decís a mí? Si yo no estoy adentro del kiwi.

sábado, 29 de agosto de 2009

Primavera en la biblioteca

Este veranito que tenemos por estos días adelanta el clima primaveral que se viene pronto.
Y como no soy nada original, para la primavera les propongo compartir los amores de la biblioteca. ¿Quiénes fueron esos personajes que nos atraparon tanto que deseamos que hubieran existido, y que además, fueran nuestros amigos, nuestros amores? Personas de papel, personajes que adoramos y que aborrecemos por no existir. Autores a los que estaremos eternamente agradecidos por habernos presentado -prestado- aunque sea por un rato, esos mundos, esa gente de su imaginación.

Mi primer gran amor fue Andrés Domenech, personaje de El niño envuelto, de Elsa Bornemann. Ah, cómo me gustaba ese chico. Reconozco además que ese libro fue mi primer apasionamiento como lectora independiente. Lo leí y lo releí hasta el cansancio. Y no es que ahora me acuerde mucho. De hecho, casi no me atrevo a abrirlo para no romper el hechizo de aquel entonces.

Después, por supuesto, siguieron varios más apasionamientos con libros, autores y personajes. Por suerte.

Esta lista la encabeza Benjamin Malaussène, el personaje de Daniel Pennac, que apareció por primera vez en La felicidad de los ogros, y por suerte, luego en toda una saga de novelas con su familia. El texto está escrito en primera persona, y por eso no logro encontrar una descripción, una frase, un porqué de este cariño imposible. Es que todas sus historias, desde la primera palabra hasta la última, hacen de Benjamin un ser adorable.
Me parece que la primavera es una buena excusa para releer a Pennac.

¿Qué otros amores de biblioteca para confesar?

martes, 28 de julio de 2009

Postales de la biblioteca

¿Cuál es el tesoro de tu biblioteca? ¿Un libro que te costó mucho conseguir, un libro viejísimo, un recuerdo de alguien, un regalo especial...?

El mío, hoy (no porque deje de serlo, si no porque es un lugar peleado que muchos libros ocupan) es Historia del cerco de Lisboa, de José Saramago en la edición de Seix Barral que ya está toda destartalada. Fue el primer libro que leí de él y me maravilló. Cuando estuvo en Buenos Aires, hace varios años, dando una charla en la Boutique del Libro de San Isidro, me lo firmó. Me acuerdo que llegué tempranísimo, porque no quería quedarme sin lugar. Y que le regalé un librito artesanal que había hecho y que cuando quise decirle "gracias" me temblaba la voz de la emoción.

Seguramente, mañana me acordaré de otro tesoro de la biblioteca. Pero mientras tanto, ¿cuál es el tuyo?

domingo, 29 de marzo de 2009

Ya no sos tú

Sí, algo más. Voy al banco, yo no quería pero tuve que ir. Había un posible problema con mi tarjeta de débito. La chica me asegura que era posible pero no seguro, pero ante la duda, con un breve trámite, lo solucionamos, antes de confirmar si el problema estaba o lo habíamos imaginado.
—Tenés que firmar acá y acá —me dice.
Y cómo voy a saber yo que esa frase tiene trampa... ¡dos firmas! Y dos firmas iguales, me pide la chica. Pero cómo voy a saber yo que ella va a ponerse tan susceptible con el tema de la igualdad de las firmas.
—Pero no te salieron iguales, y además, no son iguales a la que yo tengo registrada —y me muestra una firma mía en pantalla ¡de hace seis años! Cómo explicarle tooodo lo que pasó en seis años. Nunca voy a poder volver a ESA firma.
—A ver, firmá otra vez.
Firmo. Distinta. Pone cara de enojo y yo me río.
—Tengo que consultarlo con la supervisora.
Se va. Vuelve.
—No me sirven. Vamos a hacer una cosa: un nuevo registro de firma.
Y ahí tengo que llenar dos papelitos iguales, "sin tachones" con mis datos, y ¡dos firmas!
—¡Pero no te salieron iguales! —dice la chica, ya muy fastidiada.
—No lo hago a propósito. Vos me estás viendo que soy yo, y que estoy firmando adelante tuyo. ¿Qué querés que haga?
El diálogo se vuelve ridículo. La chica está muy muy enojada, y yo, entre divertida y angustiada.
—¿Qué? ¿No puedo hacer nunca más un trámite en el banco?
—Con esta firma no, tenés que traer el dni.
—Pero la firma de mi dni es de hace como dieciséis años! Se parece menos todavía.
—No, es que con el dni no tenés que firmar, lo hacés directo.
No logro entender por nada su lógica de seguridad. Me callo que hace un par de años alguien usó un dni trucho con mi número para hacer compras de crédito a sola firma porque temo que me va a mandar a la policía directamente.
—Cancelamos todo —me dice y rompe todos los papeles en los que firmé con furia—. Si te anda mal la tarjeta, volvé con el dni y listo.
Y por supuesto, salgo y pruebo la tarjeta: no tiene ningún problema.
Un perito calígrafo ahí y una terapeuta por acá, por favor.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Año nuevo...

A mediados de diciembre del año pasado cambié de trabajo después de seis años. (Y además de compañeros y esas cosas, también quiere decir dejar a la computadora que más usé en el último tiempo.) El 1 de enero de este año, la computadora de mi casa, con el y2k un poco tardío, dejó de andar de golpe. Para volver a arrancar casi un mes y medio más tarde, y con el disco rígido perdido. Ley de Murphy aplicada, el back up también se perdió. Eso quiere decir cinco años y pico de archivos, fotos, material variado, links... Sí, ya sé: que por qué no tenía más backups, que por qué no tenía sincronizados los links, los archivos, algo... bueno, no lo tenía. Creía que a mí no me podía pasar eso, por supuesto. Suerte que varias cosas sí tenía pasadas al GoogleDocs.
Lo que más me apena son las fotos de mi gatita que ya no está. Y algunas de mi abue, de amigos, de flores... del día que nevó... En fin.
Entre la desolación y la furia, me cuesta imaginar cómo la pasa la gente que vive terremotos, inundaciones, incendios y esas cosas espantosas y mucho peores que la desaparición de un disco rígido.
Pero año nuevo, vida nueva, dicen. Y yo les creo.
Y para que vean que les creo en serio, esta tarde, sin querer -y sigo sin saber cómo!- marqué como leídas las miles de entradas que atesoraba -para leer vaya a saber cuándo- en el Google Reader. Cero entradas sin leer.
¿Algo más?
(Claro que podría hacer una lista de algomases que podrían suceder, pero esto no es una lista ;-)

Brindo por este nuevo comienzo.

Update: también se perdió mi historia clínica de los últimos diez años en el CEMIC.

domingo, 8 de febrero de 2009

Intimidad catalogada

Hace muy poco me di cuenta de por qué nunca logré llevar un diario íntimo más que unas pocas semanas, y solo cuando era muy chica. Y es que no lograba ninguna espontaneidad en la escritura, ninguna intimidad. Mi afán biográfico, catalográfico, es pos de la historia, no sé, tal vez tengo que decir de la Historia, siempre era mayor. Me acuerdo una entrada, por ejemplo, en uno de los intentos, allá por cuando tenía unos diez u once años, quería contar que me gustaba un chico del colegio y había escuchado en una clase de gimnasia que me había alentado gritando mi nombre. Y eso me había alegrado el día. Parece una buena descripción, podría haber puesto incluso: "Hoy D. gritó mi nombre en clase de gimnasia y eso fue muy bueno", como mucho. Sin embargo, escribí en el diario una página entera o más explicando exactamente cómo era el juego al que estábamos jugando, con un diagrama y todo. A esa altura que D. hubiera gritado mi nombre perdía toda emoción. Y así, me aburría prontísimo de los diarios, claro. Ni qué decir que siempre me sentía en falta porque no escribía y después hacía resúmenes larguísimos, hasta que otra vez me rendía y lo abandonaba. (Y suerte que no había blogs entonces!)
En este momento estoy intentando escribir algo, un par de proyectos que me interesan. Sin obligación de entregas de la facultad ni nada. Y me siento en un punto muy parecido a ese momento, trabada en una torpeza narrativa que no logro resolver. Aunque ahora, al menos, pude darme cuenta de cuál era el tema entonces, y tal vez pueda darme cuenta de cuál es el escollo ahora. Definitivamente esta es mi resolución de año nuevo: quiero aprender a escribir.