miércoles, 21 de febrero de 2007

Suéltame pasado

Durante un tiempo estuve "habitada" por el recuerdo y por el deseo de A. (la palabra en inglés es haunted, me parece que suena más a fantasma y acoso, pero no sé cuál sería la mejor traducción). Entonces buscaba recursos para olvidarlo definitivamente o para acomodarlo en mi cabeza de manera de seguir con mi vida sin su presencia constante. Una de las cosas que hacía era poner un límite de tiempo o de espacio -por ejemplo, desde que me subo al colectivo hasta pasar por Puente Saavedra- para pensar intensamente en él. Desesperadamente. Sin culpa. Bien o mal. Acordarme de todo lo que quisiera. Y después, una vez llegado ese límite autoimpuesto, pasar a otra cosa con naturalidad, ponerme a leer un libro, a recordar una película, cualquier cosa que alejara mi pensamiento de él. Claro que no siempre funcionaba.
Hace poco me encontré con esta frase en un libro que estaba leyendo, hablando de un hombre que no logra olvidar a una mujer, hasta que "por exceso de pensamiento, da una vuelta completa sobre sí mismo y la olvida.
Nada queda de ella una vez que se fue todo. Mister Gallaher vuelve entonces a la realidad del mundo con la expresión aliviada del que estuvo muy enfermo y de pronto se curó. Algo hay también en su semblante de la extrañeza del que durmió mucho y soñó mucho y de pronto se despierta y certifica que el mundo real es otra cosa."*
Me reconfortó encontrar esta descripción de la situación. La vuelta completa a mí me llevó casi cuatro años.

*La cita es de Segundos afuera, de Martín Kohan.

¿Perdida?

Esta mañana el cartel luminoso del subte estaba trabado en los números 4 8 15 16 23 42. Posta.

jueves, 15 de febrero de 2007

Lectura de temporada

Me pasó este 28 de enero que justo empecé a leer un libro que comienza durante un fin de semana de año nuevo. Y en medio de estos días tan terriblemente calurosos intenté empezar una novela que comienza "Hace un frío espantoso -18 °C bajo cero-, y está nevando. En el idioma que ya ha dejado de ser el mío, este tipo de nieve se llama ganik: grandes cristales, casi ingrávidos, que caen en forma de copos cubriendo el suelo con una blanca capa de escarcha en polvo.
La oscuridad de diciembre sale de la tumba y se eleva en el aire. (...)".*
A mi alrededor hacía 35 °C y aún así pudo atraparme este libro. Eso es una escritura sólida.
Me pasa muchas veces que elijo las lecturas del momento según el clima, según el ambiente -leer libros de viajes mientras uno viaja, y así-, según el estado de ánimo propio y del protagonista. Hay personajes de distintos libros que uno podría sentar en la misma mesa de un bar. Algunos sectores de mi biblioteca estuvieron ordenados según ciertos criterios extraños en un momento.

*El libro que comienza en el fin de semana de año nuevo es Lo bello y lo triste, de Y. Kawabata. El del frío es La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, de Peter Høeg.

martes, 13 de febrero de 2007

Prendas

Me acuerdo qué tenía puesto el día en que A. me dejó. No era nada especial: un pantalón gris y una remera azul que iban bien juntos y que usaba bastante seguido. Ese día además había descubierto que combinaba todo con un collar que tengo. Un amigo que me vio más temprano me dijo que estaba muy linda. Y también me lo dijo A. que no solía decir esas cosas, así que supongo que era cierto. Claro, al rato también me dijo que quería terminar nuestra relación.
No sé bien porqué extraña cábala tardé varios meses en volver a usar esas prendas juntas. No es que lo hubiera premeditado ni nada. Y si lo pienso bien, creo que a partir de entonces -entre tantas cosas que cambiaron- comencé a cambiar mi forma de vestir.
Esto lo pensé en estos días, en que volví a ponerme una remera con muchos recuerdos y noté que últimamente la había estado evitando.

Chips

Hace tiempo soñé que era una especie de inspectora de salubridad. Iba con una bata blanca y una de esas carpetas para escribir mientras uno va caminando, recorriendo lo que era la fábrica de los Pepitos (galletitas con chips de chocolate). Había unas enormes bateas llenas con una masa espumosa y en movimiento. Desde un borde, unos operarios colocaban en la masa cachorritos de dálmata. Los perros nadaban hasta el otro lado, y en el camino -plop, plop- iban perdiendo sus manchas, que se transformaban en chips de chocolate. Luego los ponían en un corral, todos los perros llegaban ahí blancos o con alguna manchita rebelde, y venían a buscarlos quienes querían adoptar una mascota.
Mi función era controlar que pusieran a los perritos limpios en la masa y que después los trataran bien hasta que alguien los viniera a buscar.

Paraguas

La escalera mecánica de salida del subte a la calle llena de gente. Llueve. Desde abajo se ve como a partir de la mitad de la escalera, cuando se acaba el techo, la gente va abriendo los paraguas, con ritmo. Paraguas de distintos colores y tamaños que se abren y van subiendo. Yo también abro mi paraguas a esa altura y formo parte de la danza.